Conozca la historia de Emerson, un ejemplo de resiliencia que transforma el dolor en propósito
Por: Emilio Gutiérrez Yance
Emerson Julián de las Salas Viana es un intendente pensionado de la Policía Nacional cuya vida se erige como una luz de valentía y determinación. Su historia comienza en el corazón del barrio Rosario de Barranquilla, Atlántico, donde el eco de las sirenas marcó su infancia, pues vivía muy cerca de una Estación Policial.
Desde pequeño, cultivó el significado del servicio al lado de sus padres, María del Rosario y Gustavo Enrique, quienes, junto a su abuela Josefina, le enseñaron el valor de la dedicación. “Siempre me dijeron que el servicio a los demás es lo más grande que se puede hacer”.
Entonces puso en orden sus pensamientos. “Para contar todos los episodios de mi vida el tiempo se queda corto, pero intentaré acordarme de los testimonios de vida, triunfos, fe y esperanzas.
En 1996, se unió a la Policía Nacional, dando un paso decidido hacia su sueño de servir a la comunidad. Dedicó 23 años a la Institución, escalando posiciones desde auxiliar bachiller hasta intendente. Continuó contando de manera calmada y con mucha concentración. “La policía me dignificó la vida completamente”, afirma con convicción. Su trayectoria fue reconocida con medallas por servicios distinguidos en Cartagena de Indias, una ciudad que le ofreció cariño y reconocimiento.
Sin embargo, la vida le tenía reservadas pruebas inesperadas. Un grave problema de salud lo dejó invidente. “Me dijeron que no podía trabajar más”, recuerda Emerson, y su voz refleja la frustración y la incertidumbre que lo asaltaron. Pero en lugar de rendirse, encontró la fuerza para reinventarse. La hospitalización se convirtió en un hito de transformación; en medio del sufrimiento, tuvo un encuentro que cambiaría su vida. “Dios se me apareció”, cuenta. “Era un mensaje claro: ‘Levántate y haz cosas maravillosas’”.
A pesar de su ceguera, Emerson se convirtió en abogado de la Universidad Autónoma del Caribe, graduándose con honores en 2023. La ayuda de Jaime Alberto Pérez Cabrera, un conductor de taxi que se convirtió en sus ojos y quien llegó a su vida como una especie de ángel con las alas rotas, fue fundamental para alcanzar el éxito. Estando sumergido en el enjambre de vivencias no podía dejar de hablar. “Entre Jaime y yo sacamos un trabajo de grado laureado gracias a nuestra disciplina y perseverancia” afirma.
Recuerda que en medio de su graduación tomó la palabra en representación de sus compañeros y colegas para agradecer a todos los que hicieron parte de la culminación de sus estudios. Sus palabras hicieron rodar lágrimas en el auditorio, seguido de un fuerte aplauso. “Soy el ejemplo de que sí se puede”, dice, enfatizando que la discapacidad no es un obstáculo insalvable. Su mensaje resuena en el aire: “Las barreras son de nosotros. Nosotros somos los arquitectos de nuestras vidas”.
Con un renovado enfoque, fundó “Voces de la Inclusión”, una organización que busca dignificar la vida de quienes enfrentan dificultades debido a su discapacidad. “Queremos ofrecer apoyo legal a quienes lo necesiten, sin costo alguno”, explica con pasión. Su propósito incluye crear un megacentro del pensamiento de la discapacidad, una luz de conocimiento y comprensión en todo el país. “La discapacidad no es el final; es solo un nuevo comienzo”, desafía la noción de que la vida se detiene ante la adversidad.
Lo conocí una tarde de reencuentro con policías veteranos en Turbaco, Bolívar. “¿Hace cuánto se retiró?”, le pregunté, y su mirada se llenó de nostalgia y orgullo. “Hace diez años”, respondió. “Fue un accidente vascular lo que me obligó a dar un paso al costado, no un atentado”. A través de su sonrisa, que mezcla resignación y fortaleza, se percibe una lucha incesante que ha moldeado su ser.
Caminamos un poco por los verdes pastos de aquel sitio de reencuentro, la conversación fluye con naturalidad, revelando la profundidad de su experiencia. Habla de los encuentros entre ex compañeros de la policía, subrayando que estos son vitales para aquellos pensionados que se sienten perdidos. “Hay vida después de la pensión”, asegura, destacando la importancia del apoyo mutuo en la familia policial. “Cada encuentro nos da fuerzas para seguir adelante”.
“Emerson es una luz en nuestra comunidad”, dice Juan, un ex compañero de la policía. “Su fortaleza nos inspira a todos a ser mejores”.
Hoy, no es solo un abogado; es un embajador de la esperanza. Su historia es un testimonio de cómo la resiliencia puede convertir el dolor en propósito y el sufrimiento en fuerza. “Recuerda que tienes una familia que depende de ti”, dice a sus compañeros, instándolos a no rendirse.
“Fue un verdadero reto para la Universidad Autónoma del Caribe porque no contábamos con sistema braille”, afirmó el rector de la Alma Mater, Mauricio Molinares.
Al preguntarle qué mensaje tiene para los policías activos, responde con claridad: “Debemos preparar a nuestros hombres para su futura pensión. La familia policial debe apoyarse en todo momento”.
A medida que nos despedimos, siento que he aprendido más que su historia personal; he absorbido una lección sobre el coraje y la capacidad de superación. A pesar de las sombras, Emerson elige siempre caminar hacia la luz. “La vida no se acaba. Hay que salir, experimentar, reírse de las pequeñas cosas”, concluye, con una sonrisa que ilumina hasta los días más grises.
Su vida es un llamado a que, incluso en la oscuridad, hay esperanza. “¡Nunca dejen de soñar, si tienen fe!” es su mantra, un grito de guerra que resuena en cada rincón de su ser.
Representando a la discapacidad, se ha convertido en un luchador incansable demostrando que las dificultades no definen a una persona, sino que son solo un capítulo más en una historia llena de posibilidades. Su legado es una invitación a creer en uno mismo y persevar por un futuro brillante.